Nostalgia Navideña

El timbre anunciaba la salida de clases y yo salía como toro al que le abrían la puerta en la plaza. No era el sonido que anunciaba el final del día escolar , sino ese angelical que marcaba el inicio de las vacaciones navideñas.
De las familias de mis padres éramos los únicos que vivíamos en la capirucha o sea en el Distrito Federal por lo que la Navidad la pasábamos en Pachuca con mis abuelos paternos, tíos y primos. Navidad era sinónimo de diversión, cariño, olor a Niño Dios, regalos, risas, música, primos, chistes, las casas de los tíos y sobre todo platillos especiales para esta fecha. Tan especiales como una vez que llegué a casa de la Tía Ema y me dijeron «Pasa a saludar a tu tía, está en la cocina preparando el pavo». Corriendo llegué para encontrarla con un delantal de tela cuadrada, amarrado a su cintura, justo en el momento en que sacaba de una olla con agua hirviendo, un pavo con la mirada perdida y la lengua de fuera. Sosteniendo al pavo por el cogote me dijo «Hola mijita, qué bueno que llegaron», mientras le arrancaba como poseída las plumas que volaban por la cocina para caer plácidamente en el suelo. Años tardé en volver a comer pavo y tuve que entrarle al bacalao que tampoco era de mi agrado pero que al menos ignoraba como había llegado hasta mi plato.
Ya al atardecer mamá nos daba nuestras mejores galas para vestirnos y llegábamos a la casa de los anfitriones que les había tocado celebrar la Navidad. Rezábamos entonces el Rosario entre pellizcos porque no estábamos atentos y luego la cena, el brindis con rompope y el intercambio. A cierta hora nos mandaban a dormir, que era un decir porque con la luz apagada nos reíamos de manera susurrante para que no nos regañaran hasta que nos metían el clásico grito “O se duermen o Santa no va venir” y ahí valíamos madres, porque nos entraba el deseo de atrapar a Santa en plena movida espantándonos el sueño.
A la mañana siguiente veíamos lo que les había traído a los primos mientras comíamos camote porque nuestros regalos habían llegado a nuestra casa, algo que siempre le recriminé al panzón de traje de terciopelo rojo, porque teníamos que esperar hasta el regreso de vacaciones para abrirlos. Venía el recalentado ya en la presentación relajada de tortas y comentábamos las anécdotas de la Nochebuena para irnos a dormir muy temprano totalmente fumigados.

El 26, todavía a obscuras, partíamos al viaje anual hacia el norte para llegar a Saltillo, lugar donde mi padre nació y donde vio por primera vez una tortilla de harina, queso con chile y un machacado con huevo.
Había varias maneras de hacer el recorrido dependiendo de los parientes que iríamos a ver según el itinerario de “El Muchachito” o séase de mi amado padre. Podíamos irnos a Guadalajara a ver a una prima de mi papá, luego a Aguascalientes a ver familia de mi madre, o bien agarrar para Querétaro y San Luis Potosí donde pernoctábamos para partir muy temprano a Matehuala y Saltillo. En esas épocas no había autopista y si te tocaba un tráiler cargado valías, porque el camino era eterno y porque casi casi llegábamos ahumados por la mala afinación del trailer que no podía rebasar papá y que nos mantenía con los pelos parados y sin aliento por lo peligroso de tal maniobra.

carretera saltillo

El tramo mas largo y mas pesado era éste. Curvas, órganos (refiriéndome exclusivamente a cierto tipo de cactáceas), huizaches, curvas, curvas y más curvas,un huizache, zopilotes, curvas, curvas. Y si las ganas de ir al baño aparecían, papá tenía que buscar un lugar estratégico donde no nos llevara de encuentro algún camión mientras “hacíamos de aguilita” entre quejas porque nos iban a ver las nachas.
Así llegábamos a Saltillo donde la manera de recibirnos era muy variada. Había tías que cuando abrían la puerta y nos veían a los 6 (Verónica mi hermana menor todavía no aparecía) sufrían taquicardia y se les iba la sangre del cuerpo y otros nos recibían con verdadero cariño y compartían con nosotros la comida, una cama y corazones enormes. Ibamos de un lado a otro probando galletitas recién horneadas, restos de fritada de cabrito, lonches de lechón, y muchos manjares más de la cocina saltillense, entre pláticas sabrosas y ambientes diferentes.

De regreso a la capirucha veníamos con todo lo que nos habían regalado en las visitas efectuadas: cajeta de membrillo, una bolsa de piñones, unas carpetitas bordadas, nueces, dulces de leche de “La Salazar”, pan de pulque y chorizo que comprábamos en Matehuala para los frijoles refritos ó el huevo.

Ahora esos viajes ya no tienen las mismas características porque las cosas han cambiado dramáticamente. Ir a Satillo ya no es un viaje para convivir, disfrutar el paisaje y ver a la familia. Ahora es una experiencia X-Treme al mero estilo “Survivor”. Uno va a sufrirla aunque lleno de comodidades como autopistas, libramientos, paradores y gasolineras. Sé que si Papá viviera, se volvería a morir al ver que su viaje anual por carretera ya no es viable. Las reglas del juego “Viaja por carretera” han cambiado.

No puedes salir de madrugada para evitar el tráfico porque te asaltan. No puedes manejar de noche porque te asaltan.
reten arteaga
Si tiene alguien sed en el camino, tendrá que bajar en el Oxxo en friega, con cronómetro y sin llamar la atención, haciendo el menos tiempo, para que no te cuenten, para que no vean que traes, para evitar problemas.
Si no comiste fibra ya valiste y tendrás que esperar a la próxima parada. No deben saber cuantos vienen en el auto, mucho menos si son mujeres y niños. Tendrás que librar varios retenes en el trayecto, si un hombre maneja no hay tanta bronca, pero si la que maneja es mujer, deberá dejarse crecer el bigote, ponerse gorra, no maquillarse y vestirse al estilo mata pasiones, rogándole a Dios que el soldado o policía que haga la revisión no esté pasando por un periodo de abstinencia en cumplimiento de su deber, porque de ser así te verá de manera lujuriosa (Damitas: Ni se les ocurra pensar que no le aunque porque hace mucho que sus parejas no las ven así, créanme, es por demás incómodo)

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No sabrás si son buenos o si son malos, sólo te quedará persignarte, lanzar tu mirada al cielo y hacer lo que te digan sin objetar absolutamente nada. Si te venías peleando con tu pareja y traes cara de asesina serial te bajarán y revisarán tu equipaje y tu sostén rojo con peluche y corazoncitos neón podrá saltar cuando abran la maleta (No trates de evitarlo, es preferible que se queden con la idea de que eres medio degeneradilla). Puede que te saques la lotería y te toque un soldado que te diga “Jefa, vaya con cuidado, gracias y buen viaje”.
Sí tienes ganas de ir al baño a mitad de camino, habrás entrenado previamente para evadir a los atacantes corriendo con los calzones abajo o saber sacar un pie y sacudir el otro para dejarlos en el camino sin perder velocidad.
Si el coche se descompone en la carretera deberás escoger entre agarrar a tu familia e internarte en el campo buscando un lugar seguro para esconderte o esperar la sorpresa que te tenga quien te ayude. Bajarte por una torta de chorizo en Las Sevillanas en Matehuala puede exhibirte con el malandrín que se está empacando la suya. Y detenerte a la orilla de la carretera para a hacer un día de campo, como a papá le gustaba, es IN-PEN-SA-BLE.
Si llegas a Saltillo sano y salvo lo mas seguro es que traigas el azúcar hasta el queque y que no concilies el sueño en dos noches y cuando ya estés agarrando confianza y llenándote del cariño de los parientes, viene la logística del regreso………. y el miedo.

Ya no son historias inventadas, ya no es el amigo del primo de un vecino. Mi Tía Ema, la desplumadora de guajolotes, fue asaltada cuando viajaba en carretera hace un par de años. A ella y a mi Tio los detuvieron, a mi tía la echaron al asiento de atrás con un méndigo que le tenía la pistola en las costillas. “¡¡¡¡Mátame de una vez!!!!” le decía mi Tía al infeliz que la encañonaba, “Maldito, que maricón eres para aprovecharte de unos pobres viejos” mientras le agarraba el arma para apuntarse mejor. Bronca mi tía, harta de estos infelices, había olvidado el miedo y ya no le importaba nada. El tipo le gritaba que se la iba a quebrar pero lo cansó primero mi tía, por lo que paró a otro coche y trepó a mis Tíos dando indicaciones de que se los llevaran antes de que les pegara un tiro y que pobre de ellos si los dejaban tirados en el camino. Y uno termina por agradecerle a éstos el detalle de humanidad, pero muchos no lo cuentan y la cosa ha empeorado.

Cuantas veces me llega la nostalgia de esos viajes y las ganas de tomar el coche y lanzarme con mi madre y mis hermanas a ver a las Tíos, a los primos y cuantas veces me retracto y me veo como una total irresponsable por haberlo pensado. Que triste que tengamos esas autopistas, todas esas comodidades si ahora ya no viajamos con alegría sino con miedo y desconfianza. Y me pregunto si algún día podremos recuperar la tranquilidad, la paz para salir sin ponernos a pensar todo lo que puede pasarnos en el camino.
Se supone que vivimos en un México de oportunidades, en crecimiento, donde se está acabando con la violencia y la inseguridad. Lo cierto es que me siento secuestrada, carente de libertad para lanzarme como trailera a recorrer nuestros caminos cargados de tanta belleza. No puedes viajar en tu coche seguro, si optas por hacerlo en autobús tendrás que llevar tu dinero en el sostén ó metido en los calzones y tus documentos en los calcetines, deseando que en el camión no viaje un héroe que desate una balacera y te toque una bala perdida.
El cambio no lo veo, no lo disfruto. Muy al contrario, lo sufro, lo resiento, me entristece. Y a veces me envalentono y digo que como jijos van a quitarme ese gozo, como voy a dejar ir algo tan maravilloso, pero me dura poquito, porque llega el miedo y me congela.
¿Podremos volver a viajar por carreteras cantando, viendo el paisaje o durmiendo plácidamente? ¿O acaso llegará el momento en que hasta Santa tendrá que traer vehículos con guarros delante y detrás de su trineo para viajar seguro?
Santa-Claus protegido