El Síndrome de Peter Pan

Cuando llegó de Caborquilla (un lugar en Sonora a donde había ido a buscar trabajo para darle una mejor vida a su familia), venía totalmente fumigado. Un amigo de la juventud y en ese entonces, compañero de trabajo, le había dicho que se habían abierto muchas plazas para ingenieros por allá y decidieron lanzarse a probar fortuna. El viaje  de una semana lo habían planeado con mucho sacrificio porque apenas les alcanzaba el dinero para el sustento diario. Justo unos días antes de partir,  enfermaríamos mi hermana Ema y yo , así que tuvo que llevarnos a casa de mi abuela a Pachuca mientras  él hacía el viaje. Sumamente  cansado manejó para ir a recogernos el domingo siguiente muy temprano y cuando ya estábamos en el departamento de noche, le pidió a mamá que por favor le pusiera crema en las piernas y se las sobara porque le dolían mucho. Mamá que había tenido que liar con nosotras  se armó de paciencia y regresó con la crema. Tener que estar en casa de la suegra con dos niñas pequeñas enfermas, chillonas e intolerantes la había dejado casi noqueada.  Tomó la crema de mal humor  y se dio cuenta entonces que las piernas de papá estaban rojas como jitomate y algo hinchadas. ¿Pues que te pasó Ramiro? –Es que en Caborquilla hace un calor del infierno y pues tiene uno que andar en shorts y de tanto caminar porque no teníamos dinero para taxis, pues se me quemaron las piernas-. ¿Y esas costras en las rodillas?. –Es que por llegar corriendo a una cita me tropecé y me di en la madre!!-

Con el corazón apretujado de ver como su marido se partía el queso por la familia y con la culpa a cuestas por tener mal genio en ese momento, le puso la crema y le sobó las piernas hasta que mi padre cayó dormido, no sin antes balbucear que Dios lo había bendecido con una mujer como ella.  Metida en la cama y haciendo pucheros intentó dormirse pero no podía dejar de pensar en todo lo que papá hacia por nosotras, en cómo siempre le había respondido, en cómo no dejaba de esforzarse, en cómo  de mala gana comenzó a untarle crema, y ella, desagradecida como ninguna, no lo atendía adecuadamente después de que el andaba corriendo para llegar a una cita y se había quemado las patas peor que como se las rostizaron a Cuauhtémoc. ¡Definitivamente no lo merecía!! Un sollozo escapó cortando el silencio de la recámara pero afortunadamente los ronquidos de mi padre lo neutralizaron.  Con esa paz que el amor desbordante, agachado y subyugado otorga, se quedó profundamente dormida.

Era 1962 y papá trabajaba como perito valuador de la Oficina de Catastro e Impuesto Predial. Estaba recién estrenado en ese trabajo y comenzaba a tener un respiro económico porque el sueldo en el  Instituto de Geografía de la UNAM no le alcanzaba ni para lo básico. Ya se había podido comprar una tele para ver el box los sábados  y el fútbol los domingos. ¡Estaba mas relajado con los gastos! Cuando se enteró que su amigo El Gordo se había comprado un Opel salidito de la agencia, le propuso estrenarlo yendo de vacaciones a Acapulco, él, el Gordo y el Flaco. Acordaron ahorrar todo lo que pudiera entrar de “mordidas” en lo que restaba del mes para viajar con todos los lujos. Llegado el momento y como nos habíamos enfermado Ema y yo de rubéola, nos llevó a Pachuca por si algo se le ofrecía a mamá  y poder irse sin preocupaciones.

Llegaron a un hotel en la costera por primera vez, ya que los viajes que habían hecho anteriormente al puerto habían dormido en hamacas en alguna playa donde les agarrara el cansancio y donde se los permitieran, o sobre un catre en el patio de una casa de asistencias.  Al día siguiente cuando salían del hotel se encontraron en la recepción a la hermana de la suegra del Gordo ¿Qué hace un recién casado dejando a su esposa sola? preguntó el comando paraesposasengañadas. – Venimos a hacer un avalúo especial y urgente para el departamento- Y así se quitaron de encima el problema. Ya en la avenida se pararon en un semáforo para tomar un taxi y en la espera vieron detenerse un jeep con varias chicas que les sonreían y hacían señas. Una  casi se salía del jeep por papá, que por cierto no traía lentes, y cuando se acercó pudo darse cuenta de que era una prima de mi madre. Ante estos imprevistos lo único que cuidaron fue peinar la zona antes de ingresar a algún lugar, nunca lo vieron como señales divinas, que todo mundo tiene, o como una sugerencia para dejar participar a la conciencia.  El remordimiento y el miedo les duró …… 3 minutos, así que el resto de los días  se la pasaron de lo lindo. Fueron a bailar, se asolearon, fueron a bares,  nadaron, se fueron a la Roqueta en la lancha con fondo de cristal, dormían en la playa  crudos y embarrados de aceite de coco  y  como Papá tenía experiencia en aquello de lanzarse de las alturas, porque era de los pocos que se aventaban de clavado en Oaxtepec, fueron a La Quebrada.

El viernes anterior a su regreso se dieron cuenta que les sobraba dinero así que bajo una palapa y con varias chelas encima, decidieron rentar un velero porque el atardecer invitaba a hacerlo. Eso sería la cereza del pastel en su viaje de millonarios. Papá negoció con el lanchero que se irían solos porque argumentó que era experto, algo que él creía por haber leído tantos libros de aventuras de Emilio Salgari. Se subieron unos cartones para no soltar presión y se lanzaron a la aventura. Tardaron en entrar al mar y si el lanchero los hubiera visto hubiera adivinado sus escasos conocimientos sobre el tema. Ya navegando, entre chela y chela y platicando sobre todas sus aventuras, el tiempo pasó y no se percataron de lo mucho que se habían alejado de la costa. No fue hasta que el oleaje comenzó a ponerse intenso que se dieron cuenta que ya estaban en altamar. El Gordo y el Flaco le pidieron regresar y ahí el timón tomó vida propia y le valió gorro la solicitud recién hecha. En un intento de hacer girar el velero el timón se rompió y ahí sí que se fregó la cosa. Conforme se ponía el sol, el oleaje fue creciendo y lo que había sido diversión comenzó a turnarse en terror. Solo cuando andaban en la cresta de una ola y ya en la obscuridad podían ver una tenue hilera de luces. Los sopes con frijoles negros y queso cotija se manifestaban en sus estómagos exigiendo salir a tomar aire y admirar el cielo estrellado y la mojarra frita suplicaba regresar al mar. El cutis se les tornó color alga marina en un intento de camuflaje para cuando se agacharan a vomitar, los tiburones no los reconocieran. Se arrepintieron de toditito lo que habían hecho, lo que habían mentido y el Padre Nuestro, el Ave María y el Yo Pecador se rezaron como si tuvieran un telepromter enfrente. Mi padre y el Flaco abrazados de los extremos del velero, porque ya no podían mantenerse erguidos y el Gordo hincado, abrazado del mástil como si en ello se le fuera la vida, implorando perdón y el poder ver a su mujercita de nuevo. Pasara lo que pasara El Gordo había decidido no soltarse, le aterraba que no encontraran nada de él, porque  de ser así, a quién le lloraría su mujer, su madre.

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Mi padre entre tragos de agua salada y con el estómago volteado como calcetín creía ver en las crestas de las olas las imágenes de mi madre casada con el infeliz de la cremería que siempre le echaba los perros, besándola y apretujándola mientras la Chatita y yo despachábamos la crema y el jamón. Y el Flaco se preguntaba que sería peor, si morir ahogado o ser devorado por un depredador marino  hambriento. En ambos casos solo un pedazo del velero llegaría a la costa, con mejillones adheridos a lo que creyeron sería su casa de por vida.

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En plena sesión de oraciones y pedimentos se pudo escuchar el ruido de una lancha y mi padre se levantó para gritar con fuerza pero por el oleaje fue a caer de rodillas junto al Gordo que se negaba a soltar el mástil por mucha lancha que se acercara.-¡Grítale cabrón!!!- le decía mi padre, pero el Gordo ya no podía, se gastó todititito en gritar una y mil veces a Dios (que materializó en la Constelación de Orion) que jamás, never in the life, volvería a comportarse como un méndigo desgraciado mentiroso recién casado. El Flaco no dejaba de cantar la guácara así que imposible contar con él.   Con las rodillas sangrantes y casi con el último aliento  papá se puso de pie y comenzó a pedir auxilio mientras veía a sus amigos diciéndoles con la mirada – !Ya chingamos compadres, ya chingamos¡¡¡- (sustituir tan burda palabra quitaría la intensidad del momento así que pido disculpas)

Meses después papá había dejado de acompañarnos a misa los Domingos para quedarse a ver los juegos de americano en la tele. Desde que llegó de Caborquilla traía la fé como si se hubiera ido a un retiro espiritual pero con el paso del tiempo fue disminuyendo . Un domingo, meses después en una comida, la esposa de El Gordo le comentaba a mamá que “La Tia” le había contado la verdadera historia del viaje en búsqueda de trabajo, a un lugar inventado por ellos  «no fuera a ser que les diera por investigar». Y como decía mi apá, le fue como en feria. Cuando las aguas bajaron papá regresó un día de la oficina con las fotos de ese viaje y cada vez que las veía una sonrisa aparecía de manera automática en su rostro.

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Estas historias hacen que las mujeres tengamos ese sexto sentido, que de sexto sentido no tiene ni madres. Tenemos información reclutada desde que somos pequeñas, que pasa de generación en generación sobre lo méndigo que puede ser un hombre, sobre su síndrome de Peter Pan que nunca termina y sobre lo rápido que pueden olvidarse de Dios cuando todo está bien. Estamos condicionadas a reconocer las mentiras porque esos cafés con las amigas, esas reuniones con las tías nos han preparado mucho mejor que si hubiéramos tomado miles de cursos sobre técnicas de espionaje, lenguaje corporal, comportamiento sobre mentirosos seriales, etc.  Las historias se repiten, generación tras generación, diferente ambiente, diferentes personajes pero mismo comportamiento.  Los hombres seguirán con el  Síndrome Peter Pan donde disfrutan estar en Nunca Jamás, donde son niños, donde hacen travesuras y donde se divierten. Todo esto mientras la adorable Wendy, preocupada por ser la madre perfecta, la cuidadora, la esposa abnegada, se olvida de ser Campanita. ¡Vayamos mediando!!

Nota: Fue en Enero  cuando mi padre aterrizó en esta vida y un Enero cuando partió. No hay día en que no lo recuerde en una de las muchas formas en las que se presenta para sacarme por lo general, una sonrisa deliciosa. Con todo el amor le dedico esta su historia, una de tantas que escribió y en la que fuimos personajes y con las que tocó de manera fuera de serie a muchas personas.  !!Siempre lo llevaré en el alma, en cada momento, en cada palabra!!!

Para ti Carlos Ramiro Sánchez Cepeda